Wednesday, November 01, 2006

UN CUENTO SURREALISTA

Juan Zamora

(Erotic Barbie de JM Colberg)

Un pana me aconsejó lo siguiente: “Al escribir textos surrealistas, ten mucho cuidado con lo que narras y trata de no estafar al lector”. Es decir, que lo que fuese a contar, debía ser en cierta forma “creíble”y manejado con mucho tino.

Cuando se intenta “engañar” a un lector inteligente, corremos el riesgo de que al ser descubiertos, nos “odien a muerte”. Esto me pone en un tres y dos. No sé cómo hacer para contar entonces, el episodio “surrealista” que me tocó vivir. Bueno, me voy a arriesgar, así que voy con todo:

Me encontraba en un centro comercial, frente a la vidriera de una tienda de ropa. Faltaban pocos minutos para que el referido centro, dejara de prestar servicio comercial. Mi búsqueda se limitaba a una prenda de vestir femenina y, finalmente, había conseguido algo que llamara mi atención. Un maniquí llevaba puesta una bata de seda, color beige, con estampados claros, tenues, casi en relieve. Una prenda preciosa, que ya estaba viendo lucir a mi esposa.

Mi imaginación comenzó a jugar y mi mente se perdió en lúdicos pensamientos, cuando de pronto, algo me trajo de vuelta. Aquella Barbie de tamaño natural, me había guiñado el ojo.

Por instantes dudé, me estrujé los ojos, me pasé las manos por la cabeza y la cara, y justo cuando me retiraba del lugar, escuché unos suaves golpecitos en la vidriera.

Aquel rubio maniquí, daba toquecitos en el vidrio para llamar mi atención. Yo no lo creía, no podía ser. “Cámara indiscreta, cámara indiscreta” fue todo lo que atiné a decir; pero no había nadie alrededor. La mujer de plástico y yeso me hizo señas, indicándome que entrara.

La gente poco a poco iba saliendo de la tienda. Logré colarme y entrar antes de que cerraran la puerta y voltearan el cartelito de “OPEN” para ponerlo en “CLOSE”.

Se produjo una pequeña confusión entre las vendedoras y la cajera, a causa de las comisiones del día. Una de las vendedoras me indicó que volviera mañana y con gusto me atendería, pero al mover un poco su cabeza para seguir la discusión, aproveché la coyuntura y me escondí en un probador. La chica miró hacia la puerta y quizás pensando que me había ido, termino de cerrar.

Mi espíritu aventurero, que ya bastante tiempo tenía aletargado, se activó. Estaba hecho todo un gato: Ágil, curioso y arriesgado.

Todo el proceso de culminación de la discusión, cuadre de caja, salida del personal, cierre de puertas y activación de alarmas, se hizo largo y tedioso. Me parecieron horas, las que estuve allí metido dentro del probador, observándolo todo y pensando si en realidad valdría la pena tanto riesgo y esfuerzo.

Una vez solo, salí a mi furtivo encuentro. Con cierta dificultad y movimientos robóticos, la muñeca gigante se bajó de la vitrina y en instantes se ubicó frente a mí. No había tiempo que perder, así que mediante señas, me indujo a quitarme la ropa.

Entre incrédulo y asustado, le obedecí y una vez desvestido, comencé a disfrutar de frías y torpes caricias. Sin embargo, bastaron pocos minutos de roces para que estuviera listo y dispuesto a lo que prometía ser una noche loca. Qué digo loca, demente. Sí, eso era. Una noche demencial.

¿Qué coño hacía yo desnudo, dentro de una tienda de ropa femenina, en un centro comercial ya cerrado, en la víspera del cumpleaños de mi esposa, dejándome acariciar por un maniquí?

Con sus embates, aquel cuerpo duro y liso, me daba a entender que quería ser poseído. Y yo, sucumbí. ¡Claro! Machito al fin y entrenado desde pequeño para no dejar pasar situación alguna que implicara encuentros cercanos del tercer tipo con el sexo opuesto, y menos sí estábamos en tiempos de guerra, donde cualquier hueco pudiera constituirse en una segura trinchera. Así es, caí en su juego, previo auto cuestionamiento por tratarse de un ser inanimado; pero qué le íbamos a hacer. Cabello largo, curvas y protuberancias totalmente femeninas, y eso sí, de lo más animada por cierto.

El apasionamiento crecía, dudas y miedos desaparecieron, dando paso al instinto animal, ese que no respeta, no mide, y sólo se guía por la necesidad. Finalmente, en medio de aquella revolcada frenética y desordenada, dejé escapar una procaz, sonora y visceral expresión: ¡EL COÑO E’ SU MADRE!

Ni hoyo, ni hueco. Ni bache, ni hendidura, ni trinchera en donde poder introducir mis erectas ganas. Cómo no caí en cuenta de ese “pequeño” detalle.

Me reincorporé de sopetón, recuperé mi ropa interior, mi pantalón, mi camisa y, a duras penas, mis zapatos. Estaba hecho un toro de lidia. Casi tumbo el mostrador de la tienda. Increpé al dichoso muñeco de cabello rubio y medidas perfectas. ¿Cómo juegas conmigo de esa manera? ¿Qué te hice? ¡Eres un maniquí, coño! ¡Un maniquí! ¿Es que no lo ves? ¿Y ahora es que pienso en eso?

Salí dando tumbos de la tienda, por una puerta, misteriosa e inexplicablemente abierta, sin que sonara la alarma y sin tropezarme con nadie. Pensé que era algo fortuito en medio de semejante desgracia.

A pesar de lo solitario y despejado que lucía el centro comercial, caminé esperando conseguir un ángel salvador que me sacara de aquel lugar. Fue entonces cuando me tropecé con Matías, el vigilante. Le conté lo sucedido y con cara de circuncisión sin anestesia, me dijo:

-Que chimbo fue todo, el mío. Entonces la jeva esa lo que hizo fue trabajarte, pana. Yo como tú, le hubiese metio’ pero así con todo. ¡Blump! ¡Blump! Par de toltas, mi tío. Pa’ que sea seria...

¿La jeva? –me pregunté a mi mismo– El tipo no me entendió o interpretó las cosas a su manera, lo cierto era que no estaba de humor para repetir ni hacerle entender; así que le pedí por lo más querido y sagrado, que por favor me sacara de allí.

Matías me indicó, sin apartar el pequeño radio portátil de su oreja, que tenía que esperar a que se desactivaran las alarmas y los seguros de las entradas para poder salir del centro comercial, es decir que debía amanecer en ese lugar. Además, él no sabia en donde estaba el tablero de control que inactivaba el sistema de seguridad y abría las puertas, ya que era su primer día y realmente no le había parado mucho a las indicaciones de su supervisor.

Le hice una sarta de preguntas que ya ni recuerdo, pero el hombre parecía estar en otro mundo. Como alienado, como perdido en el tiempo y el espacio, como poseído.

Le pregunté qué escuchaba en la radio y me respondió que estaban repitiendo el primer capítulo de la radio novela “Lo hice todo por amor”. La respuesta me exacerbó aun más, aunque entendí el porqué de su obnubilación.

Necesitaba calmarme, tenia que conseguir además algo con que matar el tiempo, así que Matías me prestó su Blackberry. Ni corto, ni perezoso, comencé a teclear en el block de notas, dejando plasmado todo lo ocurrido, para luego enviarlo a mi buzón de correo electrónico. Ya después vería si podía sacar algo positivo de todo esto.

¿Qué dónde está el fraude? ¿La estafa? ¿En qué consiste la trampa? Ya algunos lo habrán advertido, pero apuesto a que muchos se están preguntando: ¿Qué carajo hace un vigilante con un Blackberry?

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Lo hubieses metido entre las piernas.

12:40 PM  

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