ÁNIMO, AMADOR
Adriana Bertorelli
Yubileima madrugó. Se levantó tempranito para no despertar a sus hermanas ni al marido de su mamá que dormía en la pieza de al lado. Se vistió con la pinta que compró en el mercado del Cementerio, se encaramó sus tacones y su cadenita tobillera, se bañó de yannaté y se fue persignándose 10 veces porque a esa hora no pasaba jeep y tenía que bajar ese poco de escaleras sin luz. Cruzó 4 casas y 3 platabandas para buscar a Boltimor y hacer su sueño realidad: ir a Súper Sábado Sensacional el día de su cumpleaños.
Boltimor trabajaba de bedel en el canal y vendía bien caras las entradas que le regalaban intercambiándolas por ciertos favores sexuales, aunque si la víctima era mujer le pedía perfumes, dinero o Cosmopolitan que entonces revendía en la cantina del canal. Pero con Yubileima, tuvo piedad. A cuenta del cumpleaños y de que le secaba el pelo mejor que nadie, estuvo dispuesto a regañadientes a regalarle su ticket al cielo.
Yubileima temblaba del escote y la emoción con el cuaderno de autógrafos abrazado al pecho. Ya tenía uno de Raúl Amundaray y otro que una prima suya que era cajera le pidió a Kiara en el automercado. Tenía tiempísimo esperando esta oportunidad. Iba a ver a Gilberto Correa en persona y a Mirla y a Héctor Cabrera cantando Rosario y a Juan Carlos con todo y rumba flamenca. Lástima que no estaba Amador. A ella le encantaba Amador. Era tan lindo. Parecía un abuelito y ella nunca había tenido abuelito. Pobrecito, en verdad había que darle ánimo. Ánimo Amador, ánimo Amador, pensaba mientras Boltimor, conociendo de sobra su importancia de midas Sensacional, la jalaba del brazo y la embutía en la cola.
A las nueve y media los dejaron pasar. Ya a esa hora había un solazo y ella y Boltimor tenían el estómago pegado al espinazo y Boltimor estresado porque se le estaba sudando el suéter que él mismo se tejió para navidad.
Por fin a las doce, Boltimor se volvió a crecer, identificando varias de sus víctimas en la cola y un argentino pequeñito con peluca y cara mafiosa los hizo entrar en grupos de diez. A empujones lograron abrirse paso hasta la primera fila deslumbrados por las cámaras y las luces y los letreros alrededor del estudio y que poco después comenzarían a levantar por órdenes del argentinito de la peluca. Aplausos, decía uno, Ovación, decía otro. Ánimo, Amador, el tercero... ánimo… eso era lo que necesitaba el pobre Amador postrado en esa cama, pálido y pequeño, rodeado de sus más íntimos amigos. Ánimo Amador como un hilito, un aliento, como si de pronto un alma se le entrara y Yubileima se persignó y anotó en la última hoja del libro de autógrafos buscar “ánimo” en el diccionario.
Cuántas veces ese abuelito oloroso a lavanda yarly había estado en ese mismo escenario compartiendo con su público, bailando con la Billo’s, coronando a la cenicienta sensacional, premiando a las mascotas más parecidas a sus dueños... eso era el ánimo. Las lágrimas cuando una madre encontraba a su hijo perdido hace veintidós años. A Yubileima le hubiera gustado que Amador estuviera el día de su cumpleaños qué lástima. Le pidió a Boltimor a ver si se podía, pero no, hasta allí no llegó su magia.
Estaba tan distraída que no se dio cuenta cuando salieron las rumberas de Juan Carlos a bailar el meneíto si no es por el codazo que le dio Boltimor en las costillas. Había un monito que adivinaba la edad de la gente mirándoles el iris del ojo y Boltimor horrorizado se le escondía. Se levantó el cartel de Aplausos y Yubileima junto con todo el estudio arrancó a aplaudir y a reír y a cantar con su Sábado Sensacional. Después el argentino con peluca hizo señas y salió el cartel que decía ánimo Amador. Yubileima se paró y comenzó a gritar durísimo ánimo Amador, ánimo Amador. Cada vez gritaba más fuerte y hasta las venas del cuello se le prensaron y todo gracias a Boltimor. Ya le había prometido que hoy le iba a secar ese pelo más lindo que nunca.
Yubileima madrugó. Se levantó tempranito para no despertar a sus hermanas ni al marido de su mamá que dormía en la pieza de al lado. Se vistió con la pinta que compró en el mercado del Cementerio, se encaramó sus tacones y su cadenita tobillera, se bañó de yannaté y se fue persignándose 10 veces porque a esa hora no pasaba jeep y tenía que bajar ese poco de escaleras sin luz. Cruzó 4 casas y 3 platabandas para buscar a Boltimor y hacer su sueño realidad: ir a Súper Sábado Sensacional el día de su cumpleaños.
Boltimor trabajaba de bedel en el canal y vendía bien caras las entradas que le regalaban intercambiándolas por ciertos favores sexuales, aunque si la víctima era mujer le pedía perfumes, dinero o Cosmopolitan que entonces revendía en la cantina del canal. Pero con Yubileima, tuvo piedad. A cuenta del cumpleaños y de que le secaba el pelo mejor que nadie, estuvo dispuesto a regañadientes a regalarle su ticket al cielo.
Yubileima temblaba del escote y la emoción con el cuaderno de autógrafos abrazado al pecho. Ya tenía uno de Raúl Amundaray y otro que una prima suya que era cajera le pidió a Kiara en el automercado. Tenía tiempísimo esperando esta oportunidad. Iba a ver a Gilberto Correa en persona y a Mirla y a Héctor Cabrera cantando Rosario y a Juan Carlos con todo y rumba flamenca. Lástima que no estaba Amador. A ella le encantaba Amador. Era tan lindo. Parecía un abuelito y ella nunca había tenido abuelito. Pobrecito, en verdad había que darle ánimo. Ánimo Amador, ánimo Amador, pensaba mientras Boltimor, conociendo de sobra su importancia de midas Sensacional, la jalaba del brazo y la embutía en la cola.
A las nueve y media los dejaron pasar. Ya a esa hora había un solazo y ella y Boltimor tenían el estómago pegado al espinazo y Boltimor estresado porque se le estaba sudando el suéter que él mismo se tejió para navidad.
Por fin a las doce, Boltimor se volvió a crecer, identificando varias de sus víctimas en la cola y un argentino pequeñito con peluca y cara mafiosa los hizo entrar en grupos de diez. A empujones lograron abrirse paso hasta la primera fila deslumbrados por las cámaras y las luces y los letreros alrededor del estudio y que poco después comenzarían a levantar por órdenes del argentinito de la peluca. Aplausos, decía uno, Ovación, decía otro. Ánimo, Amador, el tercero... ánimo… eso era lo que necesitaba el pobre Amador postrado en esa cama, pálido y pequeño, rodeado de sus más íntimos amigos. Ánimo Amador como un hilito, un aliento, como si de pronto un alma se le entrara y Yubileima se persignó y anotó en la última hoja del libro de autógrafos buscar “ánimo” en el diccionario.
Cuántas veces ese abuelito oloroso a lavanda yarly había estado en ese mismo escenario compartiendo con su público, bailando con la Billo’s, coronando a la cenicienta sensacional, premiando a las mascotas más parecidas a sus dueños... eso era el ánimo. Las lágrimas cuando una madre encontraba a su hijo perdido hace veintidós años. A Yubileima le hubiera gustado que Amador estuviera el día de su cumpleaños qué lástima. Le pidió a Boltimor a ver si se podía, pero no, hasta allí no llegó su magia.
Estaba tan distraída que no se dio cuenta cuando salieron las rumberas de Juan Carlos a bailar el meneíto si no es por el codazo que le dio Boltimor en las costillas. Había un monito que adivinaba la edad de la gente mirándoles el iris del ojo y Boltimor horrorizado se le escondía. Se levantó el cartel de Aplausos y Yubileima junto con todo el estudio arrancó a aplaudir y a reír y a cantar con su Sábado Sensacional. Después el argentino con peluca hizo señas y salió el cartel que decía ánimo Amador. Yubileima se paró y comenzó a gritar durísimo ánimo Amador, ánimo Amador. Cada vez gritaba más fuerte y hasta las venas del cuello se le prensaron y todo gracias a Boltimor. Ya le había prometido que hoy le iba a secar ese pelo más lindo que nunca.
6 Comments:
Adriana Bertorelli:
Los aplausos para Ud. Desde que leí este relato me andan acompañando Yubileima y Boltimor por todas partes: "mira, igualita a Yubileima, pero entre semanas" o "este panita que sirve el café en la panadería debe ser hermano de Boltimor, porque es exactoaunque más flaco". Y así.
Adriana:
tu prosa, aunque distintísima, es tan buena como tu poesía. Cuando leemos más?
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